viernes, 18 de agosto de 2017

Las tierras salvajes de la televisión mexicana



LAS TIERRAS SALVAJES DE LA TELEVISIÓN MEXICANA

¿Cómo emitir luces de certidumbre con lo que está en pantalla?

Daniel Lares Muñoz


La producción de ficción vive tiempos de tierras salvajes en la televisión mexicana. Como corolario se impone En Tierras Salvajes (Televisa, 2017), producción que aglutina todas las inconsistencias aleccionadoras que una industria y una cadena con esa tradición no deberían admitir a casi sesenta años de producir telenovelas.

Se insiste en la petulancia naif de que es “serie” y no telenovela. Si esto se tuviera en claro, un título como Mi marido tiene familia, ficción que funge como pivote y mantenimiento a nivel de programación en Las Estrellas, podría estar registrando mejores números de los que reporta al aire, pero se ve constreñida por el comportamiento de las producciones que la enmarcan (la referida y La Piloto). Que conste que no mencionamos los resultados en otras plataformas.


La calidad visual: la transición que no transita
Ver el look visual en full HD de “En Tierras Salvajes”, grabada en formato 4K, es como si transfiriéramos en automático un viejo video home mexicano de finales de los 80’s a cinta de 70mm y lo visionáramos en pantalla IMAX y 3D. Cualquiera de sus inconsistencias se sobreexpone sin remedio. Desde la primitiva realización de su entrada, tolerable todavía en un título como Dos mujeres un camino (Televisa, 1992), pasando por las diferencias brutales entre los interiores de foro y las locaciones conllevan a cuestionar si la ola de despidos en San Ángel también ha arrasado con la totalidad del personal de control de calidad.


El casting y las tierras salvajes de la dirección
La ausencia de regiduría en la dirección de actores no acierta ni siquiera a demandar la corrección en la neutralización de acentos que exige la historia, ya no digamos en los tonos de interpretación. Los hermanos Otero y los empleados del aserradero rural, en teoría mexicanos, son una ensalada inverosímil más parecida a una plática de receso de la OEA que a lo que demanda su contexto dramático.

El casting no sólo distrae por lo errático en lo fundamental: perfiles que no encajan, estrellas que no brillan (menos en el papel de siempre) y persistir en privilegiar la facha sobre la capacidad histriónica. Advertimos el mercado al que está dirigida está producción, pero aún no se entiende que en esto el orden los factores sí altera el producto ¿qué debe ser primero, productores y directores de casting? Revísense los títulos que más trending están teniendo en el mercado mundial, no sólo en Estados Unidos: actores, actores y luego lo demás.



La dramaturgia: un principio de eslabón muy oxidado
No podemos eludir el principal problema de esta producción (que es el de la industria en su conjunto): el menoscabo a la quintaescencia creativa y su proceso, imposible por consecuencia generar una buena dramaturgia, no hay manera. El desarrollo de En Tierras Salvajes, no alcanza más que aportar conflictos construidos como castillo de naipes, diálogos y biografías de personajes encorsetados en los asfixiantes clichés de siempre.


Habría que añadir otro factor: el productor Salvador Mejía, pretendiendo evitarse riesgos, acude a los ahora célebres (y talentosos) autores Ramón Campos y Gemma R. Neira (Velvet) para comprarles un argumento y venderlo como un “original” (Oh, esa palabra tan inquietante). Argumento que, de tan formulado, se pulveriza en la instantaneidad de las redes sociales al cruzar comparaciones con largometrajes como Leyendas de pasión (1995).

Detengámonos en este punto, por favor. ¿De dónde vienen los actuales fundadores de la productora Bambú? De Galicia, el interior de España. En aquella nación a diferencia de en México, hubieron en su momento broadcasters nacionales, verbigracia Antena 3, que les abrieron las puertas a los entonces noveles escritores y les permitieron hacer kilometraje, mostrar talento y hacerse de un nombre. Hoy, claro, son autores (y productores) reconocidos a los que acuden marcas de proyección mundial como Netflix a quien le han producido el primer proyecto original español para esa plataforma (Las chicas del cable, 2017). ¿Se puede entender esa lección?


¿Por qué insistir en lo que abiertamente ya no funciona?
Ante la recurrencia, sería oportuno un auténtico acto de contrición de parte de la televisión mexicana y una decidida vocación pragmática para enmendar el camino. Porque el despido masivo de su personal no está propiciando una depuración en estricto término. Más bien parece estar socavando endogámicamente la industria, desproveyéndole del talento que sí es capaz y que trae un know how importante y tampoco se decide a abrir las puertas al nuevo talento para cobijarlo con la expertise y la certidumbre que requiere un medio como éste para hacer carrera y generar los resultados esperados.

Frente de sí se presenta una sorda vaciante en la costa y las aves han anunciado su huida pero lejos de reaccionar, la televisión mexicana espera inadvertida y tendida en un camastro un próximo maremoto. Así parece anticiparlo los adelantos en la forma en la que irremediablemente abordarán los remakes de Esmeralda (Delia Fiallo) y Mirada de Mujer (Bernardo Romero).


Leamos el marco histórico de Mirada de Mujer: un remake del remake (hay una versión de Telemundo después del clásico Azteca-Argos) de una televisora que en 1998 se conocía como productora de telenovelas y cuya realización marcó un hito en la televisión mexicana no sólo por cimbrar al otrora imbatible prime-time del canal 2 sino por evidenciar la obsolescencia (¡hace 20 años!) de la firma más importante del continente en el género. Televisa, inexplicablemente, busca emplear como tabla de salvación esa leyenda pero persistiendo con el tratamiento de siempre. Ahí tienen el espejo del fallido remake de Nada Personal (TV Azteca, 2017).

La televisión mexicana camina por áridas tierras salvajes y todas las señales indican que lo está haciendo, consciente o inconscientemente, guiada por palos de ciegos.