martes, 5 de septiembre de 2017

Las nuevas señales del corazón (de la telenovela)



LAS NUEVAS SEÑALES DEL CORAZÓN

Lecciones mexicanas desde el contraste colombiano de La Ley del Corazón

Daniel Lares Muñoz


En medio de un panorama de incertidumbre para la telenovela latinoamericana, es Colombia el país que parece enviar señales sobre el rumbo promisorio de para dónde conducen las impredecibles corrientes del océano de la ficción televisiva en Latinoamérica.

Radio Cadena Nacional (RCN Televisión) lo logra con su producción La Ley del Corazón, un original (¡gracias!) creado en 2010 y afortunadamente retomado de manera póstuma tras el lamentable fallecimiento en 2012 de su autora Mónica Agudelo a quien gratamente recordamos por sus aportaciones en Señora Isabel (1993) junto con Bernardo Romero (original de Mirada de Mujer), Hombres (1997) y La Hija del Mariachi (2006), entre otras creaciones. La historia es desarrollada por Felipe Agudelo, Ricardo Sarmiento y Natalia Santa.

Propongo una radiografía a partir de esta producción para que no se diga que la crítica siempre se regodea en el pesimismo ya que, contrario a lo que persiste en las pantallas mexicanas, éste título nos ofrece aires alentadores de los que precisamos tomar notas.


El punto de partida: abrazar el contexto
En primera instancia parte de un argumento atractivo ricamente influenciado por series norteamericanas como Ally McBeal, The Practice, E.R. y las telenovelas de facto de Shonda Rhimes como Grey’s Anathomy. Un grupo de abogados, del buffet Cabal-Ortega-Domínguez y Asociados, lidian con los problemas de sus clientes al tiempo que se confrontan con los propios.

¿Dónde está la novedad? En la sólida construcción de conflictos, en la rica biografía de personajes, en una dialogación realista y verosímil que junto con el atinado cast, apuestan por la organicidad de la interpretación sazonada de una esmerada atención (y creación) al detalle escénico así como de una autopista dramatúrgica de varios carriles.

Una dramaturgia que se adapta y reinventa
No podemos pasar por alto un detalle esencial en este proyecto: sí es detectable una relectura moderna del melodrama, piedra angular de la telenovela, reforzado con una amalgama de diversos géneros.

La pareja central que lleva el melodrama, Pablo y Julia, rueda en una mesa de pinball de varios niveles dispuesta estratégicamente para que se desplace con dinamismo entre historias que tienen su propio ciclo dramático en cada capítulo, lo que no sólo delata la influencia del serial anglosajón sino que da a luz a una hibridación orgánica y efectiva. Atención aquí, no omite el paradigma tradicional, se abre a renovarlo desde éste en contraposición de los pretenciosos y timoratos intentos que hemos atestiguado en la pantalla mexicana.


Atender al fondo para servir a la forma
La decisión de enfocar la especialidad del buffet en casos en derecho familiar y penal no sólo obedece a una necesaria delimitación narrativa sino que revela la ambición dramatúrgica del discurso central de la historia: indagar sobre los diferentes juicios sobre el matrimonio, el corazón de la historia. Adiós al anacrónico “y vivieron felices para siempre”.

La vida no se propone en un solo color porque aquí el melodrama es un prisma mutable y multicolor que permite convivir a los personajes y sus conflictos en un ecosistema horizontal más que en un rígido y rudimentario mecanismo vertical.

Las acciones de unos impactan en las de otros, por eso todos los personajes, del reparto fijo e invitados, brillan. La disposición serial lo permite y el melodrama telenovelero matiza responsable y propositivamente frente a la audiencia de la TV abierta: hay salidas ante las debacles domésticas. Incentivos para enganchar a las audiencias de hoy.


¿Preferible proponer la aspiración de convertirse en uno de estos profesionistas y la esperanza en un marco jurídico perfectible o la ponderación de narco-héroes?

Es posible adoptar la partición del arco dramático tradicional en temporadas, como el serial anglosajón, pero sin el impulso snob de la imitación por moda. Que conste que la primera temporada ostenta 131 episodios. Entonces ¿en qué se apoya el “diagnóstico” de algunos productores mexicanos de que el problema de la telenovela es causado por su extensión? Atención al fondo antes que a la forma. Y es que “el diablo está en los detalles”: La Ley del Corazón, se vende como telenovela pero opera como serie, sin ruido.

Habrá que ver su recepción en otras plataformas, lo que sí podemos advertir es que precisamente esta propuesta serial estructurada en bloques es compatible con el consumo personalizado de los usuarios de las OTT, a diferencia del monolito bidimensional de la telenovela tradicional.



Casting de ACTORES
El casting ha sido conformado con profesionalismo privilegiando de manera notable la capacidad histriónica. Tanto sus protagonistas centrales (gran química), Luciano D’Alessandro y Laura Londoño, como su reparto coral base y actores invitados, respiran, vibran y sienten; son atractivos sin dejar de representar al latino promedio, aspiracionales pero terrenales, logrando un rango poco común dentro del género.

Aquí hay altos, bajos, medios, rubios, morenos claros y morochos con rasgos étnicos. Hay vida y sustitución dramática efectiva en los roles frente a la audiencia. En contraste, los actores con estos perfiles físicos en México no hubieran merecido más que los personajes de reparto de siempre en una producción regular o condenados a la ufanidad cutre de algún unitario vespertino. Verbigracia la entrañable Carmencita, la gran Judy Henríquez; los personajes de soporte no son ornamento. Aquí se exuda talento.


Una producción que no parece ser: es
Si se analiza con detalle el modelo de producción, como la dramaturgia, no se distancia del estándar tradicional: la combinación de interiores de foro (como pivote) y las locaciones pero con novedades de clara evolución.

La construcción y ambientación de los sets, particularmente  el del buffet de abogados, no están dispuestos para parecer lo que deben ser, lo son y armonizan con los exteriores. Los colombianos por proposición o limitación, fueron de los primeros por apostar más a la locación en la telenovela con un énfasis narrativo, más que sólo en lo estético.

La dirección de escena obliga a la cámara a recorrer sets habilitados en 360 grados para seguir a los personajes y materializar esa narrativa horizontal, que referíamos con anterioridad, enriquecida con segundos y terceros planos de gran esmero creativo, otra herencia del serial anglosajón. Las cámaras fijas están ahí para cuando hay que intimar con las reacciones delicadas de los personajes.

Ayuda la iluminación cinematográfica de capas a diferencia de la homogénea que persiste en varias producciones mexicanas como si estuvieran empleando la antigua Definición Estándar que sobre-expone el acartonamiento de sus valores de producción. Aclaremos algo, no es Mad men (ni puede serlo), pero el 4K luce dignamente en esta producción.


Un contexto que germina
El proyecto en cuestión no es perfecto. A ratos vacila al tener que hacer funambulismo entre su aspiración a la sofisticación y la ineludible demanda mainstream por empatizar con lo ‘popular’ de su mercado local, síntomas de la transición de la época.

Conforme avanzan sus capítulos (a la fecha he visionado 50) es notorio un afán tentador por recurrir a los clichés del género y ciertas argucias de edición para evitar el desplome del ritmo así como la evasión por profundizar en ciertos temas sociales: quizá por razones comerciales de exportación o por criterios de índole político, una de las grandes taras de la televisión de la región.

Sin embargo, hay que hacer constar que son los colombianos los que, agotados de la narco-novela, sí han estado probándose con títulos con mood indie como Anónima (2015) y recientemente No olvidarás  mi nombre (2017). Esta última digna de encomio al ser firmada por un nombre consagrado como el de Fernando Gaitán.


Se han equivocado y les ha faltado constancia, pero en su palmarés reúnen importantes éxitos y un prestigio como factoría de telenovelas con estilo único, lo que no cualquiera. Uno de ellos tiene el Récord Guiness mundial en cantidad de versiones producidas (Yo soy Betty, la fea). Como antecedentes del tratamiento de La Ley…, están El Último Matrimonio Feliz (2009) y la adaptación (no es casual) de Grey’s Anathomy (2010), también facturadas por RCN.

Anotando a lo anterior, la materialización de un proyecto como éste es el resultado de un contexto: Colombia, tras la privatización de su televisión a finales de los noventa y extender sus esfuerzos como exportadores relevantes de ficción, tomó la acertada decisión de distinguirse de los peso-pesado de la región: México y Brasil. Imposible para ellos competir en presupuestos y volumen, entonces apostaron por diferenciar sus contenidos. Hoy México, que veía sobre el hombro estos sucesos, debe confrontarlos sin prejuicio.


Ahora, ¿para dónde?
Si comparamos La Ley… con una de las boyantes series españolas de alta factura, la primera sube al ring internacional dignamente, aún y con un presupuesto significativamente inferior, porque además en ésta como hace mucho no se ve, se respira la intensidad latinoamericana de Los ricos también lloran (1979), Kassandra (1992) y Café con aroma de mujer (1994), no obstante su regodeo en el look hípster. Eso es un Ad Value para las pantallas de exportación.

Otro comparativo a considerar: el canal RCN viene de un pronunciado bache debido en parte a erráticas decisiones en su ficción dramática, luego de ser la marca televisiva más querida de los colombianos.

Quizá un desgaste no tan agudizado como el que padecen las mexicanas TV Azteca o particularmente Televisa. Con La Ley… han repuntado, logrado un trending (fuera de los targets habituales) y recuperado, al menos por ahora, el liderazgo y la voluntad de la audiencia, pero una sólo producción no puede cargar con esa responsabilidad que remite a la calidad de las decisiones de los pisos ejecutivos.



Señales para la incertidumbre mexicana
Una producción como La Ley del Corazón no es un destino fijo sino la cristalización de un referente sólido de para dónde navegar. Tampoco es una única vía, evitemos reiterar en ese error. 

Agréguese que Colombia tiene un tope de inversión comercial inferior al de México. Aunado a ello, nuestra condición geopolítica y la conformación natural del mercado hispanoparlante más grande y codiciado del mundo tienen que ver íntima y directamente con la industria mexicana. ¿Qué tiene que pasar para que se tome conciencia y se reaccione determinantemente al respecto?

La respuesta predecible será comprar la biblia para producir la correspondiente versión mexicana, sin contar con el probable requerimiento previo de transmitir el original colombiano en alguna pantalla de TV abierta nacional (ya la emite en TV restringida Telemundo Internacional) y sin considerar el obstáculo intrínseco que representa en la actualidad exportar la versión de un formato en el mismo idioma.


Si esto sucede, resultará contraproducente si esa eventual adaptación no va integrada a una estrategia renovada (y coherente) de imagen, programación y producción que lleve como vanguardia la creación original. Porque entonces aún y con un soporte de éxito probado como éste, tendrá que transitar sobre el campo minado de la percepción pública que sólo ve en las televisoras agotamiento creativo y falta de credibilidad.

Por lo pronto, la dramaturgia colombiana está haciendo fotosíntesis de la ineludible transición a la que se enfrentan los dramáticos en español con el pulso de un proyecto donde por fin hay alma y corazón, lo que tanto se extraña en la ficción latinoamericana, particularmente en la mexicana extraviada en intentos transgénicos.


Imágenes: RCN Televisión e internet.